16/6/14

Lo oculto-manifiesto en la Φύσις de Heráclito


por Luis Báez

 Φύσις (physis) κρύπεσθαι (krypesthai) φιλεΐ (philei). De esta forma condensa Heráclito, en §821, uno de los núcleos de su pensamiento.

En un primer acercamiento, podríamos traducir la frase, de forma literal y manteniendo el orden de los vocablos, como: “Naturaleza codificarse ama”. Sin embargo, para comprender las implicaciones que se derivan de la frase, es preciso valerse de las distintas interpretaciones que de ella se han hecho.

Debido a lo huidizo y problemático que resulta delimitar el concepto de phýsis, Jorge E. Rivera (2006) lo conserva en su traducción del fragmento, como vemos: “La phýsis tiende a ocultarse.” Y esto se debe a que la phýsis, sobre todo en Heráclito, posee un carácter dinámico y manifiesto que a la palabra naturaleza le es imposible significar. Por eso, tanto Rivera como Brun (1976) rescatan el término alemán Wesen, utilizado por Kranz para complementar el significado de die Natur. Así vemos cómo Kranz traduce de la siguiente forma: “Die Natur (das Wesen) liebt es sich zu vorbergen.” Wesen es una palabra que a la vez significa Ser, criatura, esencia, lo cual da a la naturaleza un carácter intrínseco de unidad primaria pero oculta tras la multitud fenomenológica en que se manifiesta.

Si tomamos en cuenta que el término Φύσις se desprende del verbo φυεῖν que significa crecer, surgir, avanzar, comprendemos la phýsis como el despliegue dinámico del Ser que, al estar siendo, manifiesta su movimiento en la forma de los fenómenos: un tramado que constituye la modalidad perceptible del mundo, es decir, la naturaleza.

Además del término Wesen, interesa apuntar la diferencia que Kranz hace respecto a Rivera al traducir φιλεΐ (philei) por liebt, es decir amar, que corresponde más con la raíz griega philos.

La phýsis, entonces, es un fluir de fenómenos a través de los cuales el mundo se revela, pero que, como flujo constante, para el humano, un ser determinado por la temporalidad y la espacialidad, resulta inasible, efímero.


Fácilmente podemos convenir que la naturaleza es una manifestación de orden fenomenológico y que el conocimiento más directo que tenemos del mundo es el que nos brinda los sentidos. Constantemente estamos experimentando un flujo de posibilidades que tan pronto se concretan dentro de la existencia son aniquiladas por una nueva. “Todo se mueve y nada permanece”, nos dice Heráclito en §827. Esto constituye el principio que da movilidad al mundo, Πόλεμος, la personificación mítica de la guerra a la cual Heráclito, en §761, convierte en alegoría del flujo inasible de la naturaleza, al hacerlo “padre de todo, rey de todo (...)”. Es la noche lo que le da su significado al día; es la muerte lo que rodea a la vida y la hace brillar entre la oscuridad de la nada; es siempre, en Heráclito, lo contrario lo que justifica y da movilidad al mundo, al acaecer fenoménico. La causa que normalmente es contraria a su efecto es lo que crea y aniquila, lo que provoca el flujo en la naturaleza. Tal es la ley de los contrarios que Heráclito invoca al decir en §768 que “el camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo.” Así, la vida y la muerte son, en esencia, dos caras de la misma moneda, que es la existencia humana. Esa existencia doble dentro de una unidad se aproxima al carácter múltiple de la phýsis.

Heráclito busca la verdad, y este mundo maleable, pasajero, que los hombres han llenado de múltiples opiniones, le parece insuficiente para ser expresión de la Verdad. Cabría, entonces, ver de cerca la palabra verdad y su acepción griega, ἀλήθεια. Este vocablo está constituido por el privativo (ἀ) y el verbo λήθη (lithi), que significa olvidar y ocultar. Así, acceder a la verdad adquiere el significado de des-ocultar, o sea descubrir, levantar el velo que cubre una realidad diferente a la que experimentamos a través de la percepción sensorial.

Heráclito plantea estas dos realidades co-existentes: una sensorial y una no-sensorial, sino racional. También plantea como fin del hombre tender hacia esa realidad última, o meta-sensorial y así lo expresa en Heráclito §762, al afirmar que “La armonía invisible vale más que la visible.”

Los acontecimientos sensoriales inundan el tiempo y el espacio con un tramado tan fino y profuso que llegan a formar un velo ante nosotros. Del otro lado del velo hay una verdad última, unitaria, codificada en ese tramado y en ese velo. La phýsis y sus fenómenos pertenecen al orden sensorial, pero son a su vez manifestación de esa verdad unitaria. Podría decirse que las manifestaciones sensoriales de la phýsis son el repertorio de símbolos (lenguaje) que permitiría inferir ese mundo meta-sensorial al hombre. Pero a la vez que lo muestran y lo manifiestan, lo limitan y lo falsifican; es decir, lo ocultan


¿Pero cómo podríamos decir que, siendo la phýsis una manifestación, ama ocultarse? O, más aún, ¿cómo algo que es revelación, manifestación, puede estar a la vez oculto?

Acerca de esto, Rivera ayudándose de una muy diáfana metáfora, nos dice que este Ser total que se manifiesta a través de la phýsis se comporta como la luz, pues a ésta “no la vemos, (sino que) vemos las cosas iluminadas por la luz” (Rivera, 2006, p. 136). Nosotros, los entes humanos, no solo estamos totalmente sumergidos en la naturaleza fluyente de la phýsis, sino que somos una manifestación más de esa naturaleza, tan insustancial y cambiante como todos los fenómenos del mundo. Entonces resulta difícil tener consciencia de este Ser, que lo impregna y que revela todo, desde la mera experiencia sensorial que, es su lenguaje pero, como todo lenguaje, resulta una representación de algo más profundo. Así, vemos cómo el Ser, el Uno, al manifestarse mediante la phýsis también se oculta.

Esto cabe perfectamente dentro de la dinámica heraclítea de los contrarios. El Ser, como objeto del conocimiento y la experiencia humana, es un proceso que se constituye de los contrarios ocultar-manifestar, necesarios el uno para el otro. Apeguémonos al concepto de mundo sensorial como lenguaje a través del cual el Uno se expresa. Para un lenguaje poder significar una cosa debe codificarla, es decir, convertirla en símbolos: confeccionarle una máscara, un velo. Así, todo lenguaje necesita ocultar para significar, es decir manifestar. Siendo ocultar la aspiración de toda expresión, podemos comprender cómo la phýsis ama o aspira a ocultar.

Pero, ¿qué quiere decirnos Heráclito cuando dice ocultar?

Acá llegamos al término κρύπεσθαι (krypesthai) –el verbo activo en Heráclito §821– que se deriva de κρύπτω (krypto), que significa oculto; de dicha palabra se deriva a su vez el término criptografía (κρύπτω-γράφως) que, según la RAE, designa el “arte de escribir con clave secreta o de un modo enigmático”. Apegándonos a esta definición, podemos inferir que el Uno se encripta, se codifica, a través de la naturaleza y su sentido es aprehensible para el hombre que no se aparta de la lógica común a todos (Heráclito §713). Esta razón es común porque expresa la verdad única de todas las manifestaciones y porque es la clave por la cual el Todo se vuelve comprensible para sus partes. A esta razón, la llamaremos λόγος (logos).

Imaginemos por un instante un ocaso: luces iridiscentes flotando sobre un horizonte que oculta al sol que las proyecta. No vemos el sol, pero percibimos la descomposición de su luz en colores diversos, y ese ocaso es indicio suficiente para comprender que tras el horizonte hay un sol que lo proyecta. Preferimos ver el ocaso porque es soportable, asimilable; si viéramos al sol directamente, nuestros ojos, incapaces de aguantar tanta luminosidad, se calcinarían.

De una manera similar el Uno, oculto tras el horizonte de nuestras posibilidades perceptivas, manifiesta una realidad cifrada, es decir, una serie de símbolos que ocultan un mensaje, pero que pueden ser interpretados gracias una clave. Esa serie de símbolos son las percepciones de los sentidos. Esa clave es el λόγος.

Un genio musical concibe una pieza que de momento solo existe oculta en su mente. Para manifestarla en forma de lenguaje se vale de cinco líneas sobre las cuales escribe símbolos que solo unos pocos conocen. Estos símbolos por sí mismos son indefinidos, no significan nada. La clave, que únicamente se encuentra al inicio de la partitura, determina el valor melódico y tonal de todos los símbolos que contiene. Al arte de leer y escribir ese lenguaje se le llama solfeo. En el caso del mundo según la visión heraclítea, el Uno sería la pieza, la phýsis las notas, y el logos la clave; pero esta clave ya no debe ser sensorial, sino racional y abstracta.

Vemos así cómo, a pesar de ser las manifestaciones sensoriales falsificaciones que estrechan el mundo para nuestra comprensión, son también el lenguaje que lo constituyen y, por tanto, lejos de ser desdeñadas deben servirnos como la notas de una partitura. Son (como cualquier lenguaje) el horizonte que a la vez limita y revela.


La utilización de la palabra bárbaros, en Heráclito §809, echa una luz sobre el campo donde, en el hombre, opera el logos. Mancilla Muñoz (2013), explica cómo el término griego βάρβαρος es una onomatopeya, la cual, más que un estado de civilización, en la antigüedad designaba el sonido balbuceante que, según la percepción del griego, emitía una persona extranjera que hablaba un idioma extraño. Es decir, bárbaro designa en la antigua Grecia a todo aquel que es ajeno a la palabra (λόγος) y, sobre todo, a la estructura racional sobre la cual el λόγος opera y capta el mundo, es decir el lenguaje humano. Así vemos cómo Heráclito percibe el lenguaje humano como el vehículo indispensable para transformar la modulación sensorial del Uno en un código abstracto aprehensible para la razón humana, sin el cual las sensaciones no tendrían significado. El lenguaje (no solo escrito ni oral, sino racional) se concibe como el Logos que ordena y da sentido al mundo.

Y hay que hacer énfasis en que Heráclito no se refiere a logos como la simple palabra hablada o escrita o como discurso teórico-práctico. Rodolfo Mondolfo (1989) es muy esclarecedor sobre este punto. Nos dice que “el logos que Heráclito expone es la verdad, la clave de la comprensión de la realidad universal” (Mondolfo, 1989, p. 162), haciendo así una distinción radical entre λόγος y ἔπος (epos: la palabra del vulgo, de los mitos, de la cual se deriva épica). Esta distinción seguramente surge de la cruzada que Heráclito emprendió contra los poetas (Heráclito §751), y termina por elevar “logos a la dignidad de palabra genuina, enunciadora de un contenido inteligente” y rebajar “epos al significado de lenguaje inexpresivo del vulgo” (Mondolfo, 1989, p. 156). Subraya Mondolfo el sentido de logos como clave al decir que el “logos (es) la parte más profunda de la filosofía heraclítea, la norma eterna que subyace en el flujo de los fenómenos”. Es decir, el logos, al ser un orden, es una ley, lo que es igual que decir que “el mundo es lógico porque un espíritu lógicamente pensante lo concibe” (Mondolfo, 1989, p. 158).

El humano adquiere un papel gravísimo como ente ya no a la deriva entre el mundo de los fenómenos, sino como un cauce que le da orden y sentido. Gracias al logos el Uno a la vez se escribe y se lee a través de la manifestación múltiple de la phýsis y la captación sensorial de ésta a través del humano quien, no debemos olvidar, es una parte del todo que se manifiesta.

Borges formula esta idea estéticamente al decir en su relato Los teólogos que "cada hombre es un órgano que proyecta la divinidad para sentir el mundo" (Borges, 1974, p. 554). Si comprendemos mundo como manifestación de los sentidos, y siendo Borges un escritor profundamente influido por Heráclito y por Schopenhauer es así como debemos entenderlo, obtenemos la imagen de la totalidad como un ser que se manifiesta en una pluralidad de percepciones para conocerse a sí mismo. De aquí podemos derivar que el fin más pleno al que el hombre puede aspirar es conocer el Todo del cual forma parte.

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Referencias:

Heráclito en Eggers Lan, C.; Juliá, V. E. (1986). Los filósofos presocráticos, vol. 1. Madrid: Editorial Gredos

Rivera, J. E. (2006). Heráclito el Esplendente. Chile: Brickle Ediciones

Brun, J. (1976). Heráclito. España: EDAF

Mancilla Muñoz, M. (2013). Malos testigos son los ojos y los oídos para los hombres que tienen almas bárbaras. NHENGATU- Revista iberoamericana para comunicação e cultura contra-hegemônicas, 2, 3-4. Recuperado de: www.nhengatu.org/revista/index.php?journal=nhengatu&page=article&op=download&path%5B%5D=16&path%5B%5D=15

Mondolfo, R. (1989). Heráclito. Textos y problemas de su interpretación. México: Siglo XXI editores

Borges, J. L. (1974). Obras Completas. Argentina: Emecé


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