por Luis Báez
Φύσις (physis) κρύπεσθαι (krypesthai) φιλεΐ (philei). De esta forma condensa Heráclito, en §821, uno de los núcleos de su pensamiento.
Φύσις (physis) κρύπεσθαι (krypesthai) φιλεΐ (philei). De esta forma condensa Heráclito, en §821, uno de los núcleos de su pensamiento.
En
un primer acercamiento, podríamos traducir la frase, de forma
literal y manteniendo el orden de los vocablos, como: “Naturaleza
codificarse ama”. Sin embargo, para comprender las implicaciones
que se derivan de la frase, es preciso valerse de las distintas
interpretaciones que de ella se han hecho.
Debido
a lo huidizo y problemático que resulta delimitar el concepto de
phýsis,
Jorge E. Rivera (2006) lo conserva
en
su traducción del fragmento, como vemos: “La phýsis
tiende a ocultarse.” Y esto se debe a que la phýsis,
sobre todo en Heráclito, posee un carácter dinámico y manifiesto
que a la palabra naturaleza
le es imposible significar. Por eso, tanto Rivera como Brun (1976)
rescatan el término alemán Wesen,
utilizado por Kranz para complementar el significado de die
Natur. Así
vemos cómo Kranz traduce de la siguiente forma: “Die
Natur (das Wesen) liebt es sich zu vorbergen.”
Wesen
es
una palabra que a la vez significa Ser,
criatura, esencia,
lo cual da a la naturaleza un carácter intrínseco de unidad
primaria pero oculta tras la multitud fenomenológica en que se
manifiesta.
Si
tomamos en cuenta que el término Φύσις se desprende del verbo
φυεῖν que significa crecer,
surgir, avanzar, comprendemos
la phýsis
como el despliegue dinámico del Ser que, al estar siendo, manifiesta
su movimiento en la forma de los fenómenos: un tramado que
constituye la modalidad perceptible del mundo, es decir, la
naturaleza.
Además
del término Wesen,
interesa
apuntar la diferencia que Kranz hace respecto a Rivera al traducir
φιλεΐ (philei)
por liebt,
es decir amar,
que corresponde más con la raíz griega philos.
La
phýsis,
entonces, es un fluir de fenómenos a través de los cuales el mundo
se revela, pero que, como flujo constante, para el humano, un ser
determinado por la temporalidad y la espacialidad, resulta inasible,
efímero.
Fácilmente podemos convenir que la
naturaleza es una manifestación de orden fenomenológico y que el
conocimiento más directo que tenemos del mundo es el que nos brinda
los sentidos. Constantemente estamos experimentando un flujo de
posibilidades que tan pronto se concretan dentro de la existencia son
aniquiladas por una nueva. “Todo
se mueve y nada permanece”,
nos
dice Heráclito en §827. Esto
constituye el principio que da movilidad al mundo, Πόλεμος, la
personificación mítica de la guerra a la cual Heráclito, en §761,
convierte en alegoría del flujo inasible de la naturaleza, al
hacerlo “padre de todo, rey de todo (...)”. Es la noche lo que le
da su significado al día; es la muerte lo que rodea a la vida y la
hace brillar entre la oscuridad de la nada; es siempre, en Heráclito,
lo contrario lo que justifica y da movilidad al mundo, al acaecer
fenoménico. La causa que normalmente es contraria a su efecto es lo
que crea y aniquila, lo que provoca el flujo en la naturaleza. Tal es
la ley de los contrarios que Heráclito invoca al decir en §768 que
“el camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo.” Así,
la vida y la muerte son, en esencia, dos caras de la misma moneda,
que es la existencia humana. Esa existencia doble dentro de una
unidad se aproxima al carácter múltiple de la phýsis.
Heráclito
busca la verdad, y este mundo maleable, pasajero, que los hombres han
llenado de múltiples opiniones, le parece insuficiente para ser
expresión de la Verdad. Cabría, entonces, ver de cerca la palabra
verdad y
su acepción griega,
ἀλήθεια.
Este
vocablo está constituido por el privativo (ἀ) y el verbo λήθη
(lithi), que significa olvidar
y
ocultar.
Así, acceder a la verdad
adquiere
el significado de des-ocultar, o sea descubrir,
levantar el velo que cubre una realidad diferente a la que
experimentamos a través de la percepción sensorial.
Heráclito
plantea estas dos realidades co-existentes: una sensorial y una
no-sensorial, sino racional. También plantea como fin del hombre
tender hacia esa realidad última, o meta-sensorial y así lo expresa
en Heráclito §762, al afirmar que “La armonía invisible vale más
que la visible.”
Los
acontecimientos sensoriales inundan el tiempo y el espacio con un
tramado tan fino y profuso que llegan a formar un velo ante nosotros.
Del otro lado del velo hay una verdad última, unitaria, codificada
en ese tramado y en ese velo. La phýsis y sus fenómenos pertenecen
al orden sensorial, pero son a su vez manifestación de esa verdad
unitaria. Podría decirse que las manifestaciones sensoriales de la
phýsis son
el repertorio de símbolos (lenguaje) que permitiría inferir ese
mundo meta-sensorial al hombre. Pero a la vez que lo muestran y lo
manifiestan, lo limitan y lo falsifican; es decir, lo ocultan
¿Pero cómo podríamos decir que,
siendo la phýsis
una manifestación, ama ocultarse?
O, más aún, ¿cómo algo que es revelación, manifestación, puede
estar a la vez oculto?
Acerca
de esto, Rivera ayudándose de una muy diáfana metáfora, nos dice
que este Ser total que se manifiesta a través de la phýsis
se comporta como la luz, pues a ésta “no la vemos, (sino que)
vemos las cosas iluminadas por la luz” (Rivera, 2006, p. 136).
Nosotros, los entes humanos, no solo estamos totalmente sumergidos en
la naturaleza fluyente de la phýsis,
sino que somos una manifestación más de esa naturaleza, tan
insustancial y cambiante como todos los fenómenos del mundo.
Entonces resulta difícil tener consciencia de este Ser, que lo
impregna y que revela todo, desde la mera experiencia sensorial que,
es su lenguaje pero, como todo lenguaje, resulta una representación
de algo más profundo. Así, vemos cómo el Ser, el Uno, al
manifestarse mediante la phýsis
también
se oculta.
Esto
cabe perfectamente dentro de la dinámica heraclítea de los
contrarios. El Ser, como objeto del conocimiento y la experiencia
humana, es un proceso que se constituye de los contrarios
ocultar-manifestar,
necesarios el uno para el otro. Apeguémonos al concepto de mundo
sensorial como lenguaje a través del cual el Uno se expresa. Para un
lenguaje poder significar una cosa debe codificarla, es decir,
convertirla en símbolos: confeccionarle una máscara, un velo. Así,
todo lenguaje necesita ocultar para significar, es decir manifestar.
Siendo ocultar la aspiración de toda expresión, podemos comprender
cómo la phýsis
ama o aspira a ocultar.
Pero,
¿qué quiere decirnos Heráclito cuando dice ocultar?
Acá llegamos al término κρύπεσθαι
(krypesthai)
–el verbo activo en Heráclito §821– que se deriva de κρύπτω
(krypto),
que significa oculto;
de dicha palabra se deriva a su vez el término criptografía
(κρύπτω-γράφως)
que, según la RAE, designa el “arte de escribir con clave
secreta
o de un modo enigmático”. Apegándonos a esta definición, podemos
inferir que el Uno se encripta,
se codifica,
a través de la naturaleza y su sentido es aprehensible para el
hombre que no se aparta de la lógica común a todos (Heráclito
§713). Esta razón es común porque expresa la verdad única de
todas las manifestaciones y porque es la clave por la cual el Todo se
vuelve comprensible para sus partes. A esta razón, la llamaremos
λόγος
(logos).
Imaginemos
por un instante un ocaso: luces iridiscentes flotando sobre un
horizonte que oculta al sol que las proyecta. No vemos el sol, pero
percibimos la descomposición de su luz en colores diversos, y ese
ocaso es indicio suficiente para comprender que tras el horizonte hay
un sol que lo proyecta. Preferimos ver el ocaso porque es soportable,
asimilable; si viéramos al sol directamente, nuestros ojos,
incapaces de aguantar tanta luminosidad, se calcinarían.
De
una manera similar el Uno, oculto tras el horizonte de nuestras
posibilidades perceptivas, manifiesta una realidad cifrada, es decir,
una serie de símbolos que ocultan un mensaje, pero que pueden ser
interpretados gracias una clave. Esa serie de símbolos son las
percepciones de los sentidos. Esa clave es el λόγος.
Un
genio musical concibe una pieza que de momento solo existe oculta en
su mente. Para manifestarla en forma de lenguaje se vale de cinco
líneas sobre las cuales escribe símbolos que solo unos pocos
conocen. Estos símbolos por sí mismos son indefinidos, no
significan nada. La clave, que únicamente se encuentra al inicio de
la partitura, determina el valor melódico y tonal de todos los
símbolos que contiene. Al arte de leer y escribir ese lenguaje se le
llama solfeo. En el caso del mundo según la visión heraclítea, el
Uno sería la pieza, la phýsis
las
notas, y el logos
la
clave; pero esta clave ya no debe ser sensorial, sino racional y
abstracta.
Vemos
así cómo, a pesar de ser las manifestaciones sensoriales
falsificaciones que estrechan el mundo para nuestra comprensión, son
también el lenguaje que lo constituyen y, por tanto, lejos de ser
desdeñadas deben servirnos como la notas de una partitura. Son (como
cualquier lenguaje) el horizonte que a la vez limita y revela.
La
utilización de la palabra bárbaros,
en Heráclito §809,
echa una luz sobre el campo donde, en el hombre, opera el logos.
Mancilla
Muñoz (2013), explica cómo el término griego βάρβαρος es
una onomatopeya, la cual, más que un estado de civilización, en la
antigüedad designaba el sonido balbuceante que, según la percepción
del griego, emitía una persona extranjera que hablaba un idioma
extraño. Es decir, bárbaro
designa
en la antigua Grecia a todo aquel que es ajeno a la palabra (λόγος)
y,
sobre todo, a la estructura racional sobre la cual el λόγος
opera y capta el mundo, es decir el lenguaje humano. Así vemos cómo
Heráclito percibe el lenguaje humano como el vehículo indispensable
para transformar la modulación sensorial del Uno en un código
abstracto aprehensible para la razón humana, sin el cual las
sensaciones no tendrían significado. El lenguaje (no solo escrito ni
oral, sino racional) se concibe como el Logos
que
ordena y da sentido al mundo.
Y
hay que hacer énfasis en que Heráclito no se refiere a logos
como
la simple palabra hablada o escrita o como discurso teórico-práctico.
Rodolfo Mondolfo (1989) es muy esclarecedor sobre este punto. Nos
dice que “el logos
que Heráclito expone es la verdad, la clave de la comprensión de la
realidad universal” (Mondolfo, 1989, p. 162), haciendo así una
distinción radical entre λόγος y ἔπος (epos:
la
palabra del vulgo, de los mitos, de la cual se deriva épica).
Esta distinción seguramente surge de la cruzada que Heráclito
emprendió contra los poetas (Heráclito §751), y termina por elevar
“logos
a
la dignidad de palabra genuina, enunciadora de un contenido
inteligente” y rebajar “epos
al significado de lenguaje inexpresivo del vulgo” (Mondolfo, 1989,
p. 156). Subraya Mondolfo el sentido de logos
como
clave al decir que el “logos
(es)
la
parte más profunda de la filosofía heraclítea, la norma eterna que
subyace en el flujo de los fenómenos”. Es decir, el logos,
al ser un orden, es una ley, lo que es igual que decir que “el
mundo es lógico porque un espíritu lógicamente pensante lo
concibe” (Mondolfo, 1989, p. 158).
El
humano adquiere un papel gravísimo como ente ya no a la deriva entre
el mundo de los fenómenos, sino como un cauce que le da orden y
sentido. Gracias al logos
el
Uno a la vez se escribe y se lee a través de la manifestación
múltiple de la phýsis
y
la captación sensorial de ésta a través del humano quien, no
debemos olvidar, es una parte del todo que se manifiesta.
Borges
formula esta idea estéticamente al decir en su relato Los
teólogos
que "cada hombre es un órgano que proyecta la divinidad para
sentir el mundo" (Borges, 1974, p. 554). Si comprendemos mundo
como manifestación de los sentidos, y siendo Borges un escritor
profundamente influido por Heráclito y por Schopenhauer es así como
debemos entenderlo, obtenemos la imagen de la totalidad como un ser
que se manifiesta en una pluralidad de percepciones para conocerse a
sí mismo. De aquí podemos derivar que el fin más pleno al que el
hombre puede aspirar es conocer el Todo del cual forma parte.
______________________________________________________
Referencias:
Heráclito
en Eggers Lan, C.;
Juliá, V. E. (1986). Los
filósofos presocráticos, vol. 1. Madrid:
Editorial Gredos
Rivera,
J. E.
(2006). Heráclito
el Esplendente. Chile:
Brickle Ediciones
Brun,
J.
(1976).
Heráclito.
España: EDAF
Mancilla
Muñoz, M.
(2013). Malos
testigos son los ojos y los oídos para los hombres que tienen almas
bárbaras.
NHENGATU-
Revista iberoamericana para comunicação e cultura
contra-hegemônicas,
2,
3-4. Recuperado de:
www.nhengatu.org/revista/index.php?journal=nhengatu&page=article&op=download&path%5B%5D=16&path%5B%5D=15
Mondolfo,
R.
(1989).
Heráclito. Textos
y problemas de su interpretación.
México: Siglo XXI editores
Borges,
J. L. (1974). Obras
Completas.
Argentina: Emecé
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