de
Jonathan Nolan
traducción
Luis Báez
What like a bullet can undeceive!
—Herman Melville
Tu
esposa solía decir que ibas a llegar tarde a tu propio
funeral. ¿Recuerdas? Su pequeño chiste, porque eras un desastre
–siempre tarde, siempre olvidando las cosas, incluso antes del
incidente.
Ahora
quizá te estés preguntando si llegaste tarde al suyo.
Estabas
ahí, de eso puedes estar seguro. Para eso es la foto –la que está
clavada en la pared, cerca de la puerta. No es usual tomar fotos en
un funeral, pero alguien, tus doctores, supongo, sabían que no lo
ibas a recordar. La dejaron vistosa junto a la puerta, para que no
pudieras evadirla cada vez que te levantaras buscando a tu esposa.
¿El
tipo en la foto, el de las flores? Ese eres tú. ¿Y qué estás
haciendo? Estás leyendo la lápida, tratando de averiguar en el
funeral de quién estás, igual a como la estás leyendo ahora,
tratando de averiguar por qué alguien pegó esa foto junto a tu
puerta. ¿Pero por qué habrías de molestarte en leer algo que no
vas a recordar?
Ella
se ha ido para siempre y seguro ahora mismo sientes dolor por saber
la noticia. Créeme, sé cómo te sientes. Seguro estás destrozado.
Pero dale cinco minutos, quizá diez. Quizá pueda pasar media hora
antes que lo olvides.
Pero
lo olvidarás –te lo garantizo. En unos pocos minutos caminarás
hacia la puerta, preguntándote de nuevo dónde está tu esposa,
destrozándote en dolor cuando encuentres la foto. ¿Cuántas veces
tienes que conocer la noticia para que alguna otra parte de tu
cuerpo, otra que no sea ese cerebro defectuoso que tienes, empiece a
recordar?
Dolor
infinito, rabia infinita. Inútil y sin dirección. Quizá no puedas
entender lo que pasó. Tampoco puedo decir que yo entienda. Amnesia
reversiva. Eso dicen los síntomas. No puedes recordar nada. Sé
tanto como tú.
Quizá
no puedas entender qué fue lo que te pasó. Pero no recuerdas qué
fue lo que le pasó a ella, ¿o sí? Los doctores no quieren hablar
al respecto. Se niegan a contestar mis preguntas. Ellos no creen que
sea adecuado que un hombre en tu condición escuche ese tipo de
cosas. ¿Pero recuerdas lo suficiente, no es así? Recuerdas su
rostro.
Por
eso es que te estoy escribiendo. Fútil, quizá. No sé cuántas
veces tendrás que leer esto antes de que me escuches. Ni siquiera sé
cuánto tiempo llevas encerrado en este cuarto. Tú tampoco lo sabes.
Pero la ventaja que te da olvidar es que olvidarás comprender que
eres una causa perdida.
Tarde
o temprano querrás hacer algo al respecto. Y cuando así sea,
simplemente tendrás que confiar en mí, porque soy el único que
puede ayudarte.
Earl abre un ojo y luego el otro a un tramo de láminas de cielo raso
blancas interrumpidas por un letrero escrito a mano pegado con cinta
justo encima de su cabeza, lo suficientemente grande para poder
leerlo desde la cama. Un reloj de alarma suena en alguna parte. Lee
la señal, parpadea, lee de nuevo, luego echa un vistazo al cuarto.
Es un cuarto blanco, abrumadoramente blanco, desde las paredes y las
cortinas hasta los muebles institucionales y el cubrecama. El reloj
de alarma suena desde el escritorio blanco, bajo la ventana con las
cortinas blancas. Llegado a este punto Earl probablemente nota que
está acostado sobre su edredón blanco. Ya tiene puestas una bata y
unas pantuflas.
Se recuesta y vuelve a leer el letrero. Dice, en grandes letras
mayúsculas, ESTE ES TU CUARTO. ESTE ES EL CUARTO DE UN HOSPITAL.
AQUÍ ES DONDE VIVES AHORA.
Earl se levanta y echa un vistazo. El cuarto es muy grande para ser
de un hospital –linóleo hueco que se dilata desde la cama en tres
direcciones. Dos puertas y una ventana. La vista no ayuda mucho que
se diga –un encierro de árboles en el centro de un parche de
césped cuidado con mucho esmero que termina en dos carriles de
asfalto. Los árboles, salvo los de hoja perenne, están desnudos
–inicio de primavera o final de otoño, una o la otra.
Cada pulgada del escritorio está cubierta con notas escritas en
Post-it, libretas de tamaño legal, listas pulcramente
impresas, libros de texto sobre psicología, fotos enmarcadas. Encima
del desastre hay un crucigrama a medio terminar. El reloj de alarma
se balancea sobre un montón de periódicos doblados. Earl apaga la
alarma y toma un cigarrillo del paquete que tiene pegado con cinta en
la manga de su bata. Se palmea los bolsillos laterales en busca de
fuego. Hurga entre los papeles, busca rápidamente en las gavetas.
Eventualmente encuentra una caja de fósforos de cocina pegada con
cinta en la pared que está junto a la ventana. Otro letrero está
pegado con cinta justo sobre la caja. Dice, en grandes letras
amarillas, ¿CIGARRILLO? PRIMERO REVISA SI HAY ALGUNO ENCENDIDO,
ESTÚPIDO.
Earl se ríe del letrero, enciende su cigarrillo y le da una larga
calada. Pegada en la ventana encuentra otra hoja de papel titulada TU
HORARIO.
Las horas están distribuidas en bloques: 10:00 p.m. a 8:00 a.m.
está marcado como REGRESA A DORMIR. Earl consulta el reloj de
alarma: 8:15. Dada la luz de afuera debe ser de mañana. Revisa su
reloj de pulsera: 10:30. Lo pega a su oído y escucha. Entonces lo
ajusta para que vaya con el reloj de alarma.
De acuerdo al horario, todo el bloque que va desde las 8:00 hasta
las 8:30 está marcado como LÁVATE LOS DIENTES. Earl vuelve a reír
y camina hacia el baño.
La ventana del baño está abierta. Mientras aletea para mantenerse
caliente, nota un cenicero en el alféizar. Un cigarrillo se consume
firmemente dejando un largo dedo de ceniza. Frunce el ceño, apaga la
vieja colilla y remplaza con la nueva.
El cepillo de dientes ya ha sido untado con pasta. El grifo es de
los que tienen un botón que se debe presionar para que salga una
dosis de agua. Earl mete el cepillo dentro de su mejilla y empieza a
moverlo de atrás hacia adelante mientras abre el gabinete de las
medicinas. Las repisas están llenas de paquetes individuales de
vitaminas, aspirinas, antidiuréticos. El enjuague bucal también
viene en un paquete individual, más o menos el equivalente a un
trago de líquido azul en una pequeña botella plástica. Únicamente
la pasta de diente es de tamaño regular. Earl escupe la pasta y se
llena la boca de enjuague. Mientras pone el cepillo junto a la pasta,
nota un pequeño trozo de papel metido entre la repisa de vidrio y el
fondo de acero del gabinete de las medicinas. Escupe el fluido azul y
espumoso en el lavamanos y presiona el botón del grifo para lavarlo.
Cierra el gabinete de las medicinas y sonríe a su reflejo en el
espejo.
“¿Quién necesita media hora para lavarse los dientes?”
El papel ha sido doblado hasta un tamaño minúsculo con la
precisión de una nota de amor de un niño de sexto grado. Earl lo
desdobla y lo pone contra el espejo. Lee–
SI TODAVÍA PUEDES LEER ESTO ERES UN MALDITO COBARDE.
Earl se queda viendo el papel, entonces lo vuelve a leer. Lo voltea.
En la parte posterior lee–
P.S.: DESPUÉS DE QUE LEAS ESTO VUÉLVELO A ESCONDER.
Quizá entonces nota la cicatriz. Comienza justo debajo de la oreja,
gruesa y escarpada, y desaparece abruptamente en la línea del
cabello. Earl gira la cabeza y mira de reojo para seguir el curso de
la cicatriz. Lo sigue con la punta de su dedo, luego mira hacia abajo
y encuentra el cigarrillo que se consume en el cenicero. Un
pensamiento se apodera de él y sale rápidamente del baño.
Está sujetando la puerta del cuarto, una mano en el picaporte. Hay
dos fotos pegadas con cinta en la pared de la puerta. Lo que primero
le llamó la atención fue la imagen de resonancia magnética, un
marco negro lustroso con cuatro ventanas que mostraban la calavera de
alguien. La imagen tiene escrito en marcador TU CEREBRO. Earl se
queda viéndola. Círculos concéntricos en diferentes colores. Puede
intuir sus grandes globos oculares y, detrás de ellos, los lóbulos
gemelos de su cerebro.
Se inclina para ver la otra imagen. Es una fotografía de un hombre
que sostiene unas flores ante una tumba fresca. El hombre está
inclinado, leyendo la lápida. Por un momento esto luce como un salón
de espejos o los inicios de un esbozo del infinito: el hombre que se
inclina para ver la foto del hombre más pequeño que se inclina para
leer la lápida. Earl se queda viendo la foto por un largo rato. Tal
vez empieza a llorar. Tal vez solo se queda viendo la foto en
silencio. Eventualmente se abre paso de regreso a la cama, se deja
caer, cierra los ojos con fuerza y trata de dormir.
El cigarrillo se consume firmemente en el baño. Un circuito en el
reloj de alarma hace una cuenta regresiva y empieza a sonar de nuevo.
Earl abre un ojo y luego el otro a un tramo de láminas de cielo
raso blancas interrumpidas por un letrero escrito a mano, pegado con
cinta justo encima de su cabeza, lo suficientemente grande para poder
leerlo desde la cama.
Ya no puedes volver a tener una vida normal. Debes saberlo. ¿Cómo
podrías tener una novia si no eres capaz de recordar su nombre? No
puedes tener hijos, al menos que quieras que crezcan con un padre que
no puede reconocerlos. Claro está que no puedes mantener un trabajo.
No hay muchas profesiones por ahí que valoren el ser olvidadizo. La
prostitución, quizá. La política, por supuesto.
No. Tu vida está acabada. Eres hombre muerto. Lo único que los
doctores tienen esperanzas de poder hacer es enseñarte a dejar de
ser una carga para los guardias del hospital. Y probablemente nunca
te dejen ir a casa, donde quiera que eso sea.
Entonces la cuestión no es “ser o no ser,” porque tú no
eres. La cuestión es si quieres hacer algo al respecto. Si la
venganza significa algo para tí.
Para la mayoría significa algo. Por unas cuantas semanas
conspiran, trazan planes, toman las medidas para ajustar las cuentas.
Pero el paso del tiempo es todo lo que se necesita para mermar
ese impulso inicial. El tiempo es un ladrón, ¿no es eso lo que
dicen? Y el tiempo eventualmente llega a convencer a la mayoría de
nosotros de que el perdón es una virtud. Convenientemente, la
cobardía y el perdón lucen idénticos a cierta distancia. El tiempo
se roba tu valor.
Si el tiempo y el miedo no son suficientes para disuadir a la
gente sobre su venganza, entonces siempre está la autoridad,
sacudiendo su cabeza suavemente y diciendo: “Entendemos, pero eres
una mejor persona si lo dejas ir. Si sobresales. Si
no te rebajas a su nivel. Y además,” dice la autoridad, “si
tratas de hacer algo estúpido te encerraremos en un pequeño
cuarto.”
Pero ya te encerraron en un pequeño cuarto, ¿no es así? Solo
que en realidad no lo cierran con llave o lo vigilan siquiera, porque
eres un lisiado. Un cadáver. Un vegetal que probablemente no
recordaría comer o cagar si alguien no estuviese ahí para
recordártelo.
Y respecto al paso del tiempo, bueno, eso realmente ya no aplica
a tí, ¿no es así? Únicamente los mismos diez minutos, una y otra
vez. ¿Entonces cómo puedes perdonar si no recuerdas olvidar?
Probablemente eras del tipo de personas que dejan ir las cosas,
¿o no? Antes. Pero ya no eres quien solías ser. Ni la mitad. Eres
una fracción; eres el hombre de diez minutos.
Por supuesto, la debilidad es una fortaleza. Es el impulso
primario. Probablemente preferirías quedarte en tu pequeño cuarto
llorando. Vivir en tu infinita colección de recuerdos, puliendo cada
uno con cuidado. Media vida puesta detrás de un vidrio y clavada a
una pizarra como una colección de inséctos exóticos. Te gustaría
vivir detrás de ese vidrio, ¿no es así? Preservado en
gelatina.
Te gustaría, pero no puede, ¿o sí? No puedes por la última
adición a tu colección. La última cosa que recuerdas. Su cara. Su
cara y tu esposa mirándote e implorando auxilio.
Y quizá aquí es donde te podrías retirar cuando acabe. Tu
pequeña colección. Te pueden encerrar en otro cuartito y vivirías
el resto de tu vida en el pasado. Pero únicamente si tuvieras un
pequeño pedazo de papel en la mano que diga que lo atrapaste.
Sabes que tengo razón. Que hay mucho trabajo por hacer. Puede
parecer imposible, pero estoy seguro que si todos ponemos de nuestra
parte se nos puede ocurrir algo. Pero no tienes mucho tiempo. De
hecho solo tienes unos diez minutos. Luego todo empieza de nuevo. Así
que haz algo con el tiempo que tienes.
Earl abre sus ojos y parpadea en la oscuridad. El reloj de alarma
está sonando. Dice 3:20 y la luz de luna que atraviesa la ventana
significa que debe ser de madrugada. Earl busca torpemente la
lámpara, casi botándola en el proceso. Luz incandescente llena el
cuarto, dándole un tono amarillento a los muebles de metal, a las
paredes y también al sobrecama. Se pone boca arriba y mira el tramo
de láminas de cielo raso amarillentas, interrumpidas por un letrero
escrito a mano, pegado con cinta en el techo. Lee el letrero dos,
quizá tres veces, luego parpadea y mira el cuarto que lo rodea.
Es un cuarto muy sencillo. Quizá una institución. Hay un
escritorio cerca de la ventana. El escritorio está vacío, salvo por
el estrepitoso reloj de alarma. Earl probablemente nota, llegado a
este punto, que está totalmente vestido. Incluso tiene los zapatos
puestos. Sale de la cama y camina hasta el escritorio. Nada en el
cuarto sugeriría que alguien vive ahí, salvo por algunos trozos de
cinta adhesiva pegados por aquí y allá en la pared. No hay fotos,
ni libros, nada. Desde la ventana puede ver una luna llena brillando
sobre un césped cuidado con mucho esmero.
Earl apaga la alarma y se queda viendo por un momento las dos llaves
que tiene pegadas con cinta en anverso de su mano. Los toma mientras
revisa las gavetas vacías. En el bolsillo izquierdo de su chaqueta
encuentra un rollo de billetes de cien dólares y una carta en un
sobre sellado. Revisa el resto del cuarto principal y del baño.
Pedazos de cinta adhesiva, colillas de cigarros. Nada más.
Sin prestar atención, Earl juega con la protuberancia de tejido
cicatrizado de su cuello y regresa a la cama. Se vuelve a acostar y
mira el techo y el letrero. Dice, LENVÁNTATE, LEVÁNTATE AHORA
MISMO. ESTAS PERSONAS ESTÁN TRATANDO DE MATARTE.
Earl cierra los ojos.
Trataron de enseñarte a hacer listas en la escuela primaria,
¿recuerdas? En aquellos días cuando tu agenda era el reverso de tu
mano. Y si tus tareas no te cayeran en las manos ya hechas, pues
entonces nunca las harías. Sin rumbo, decían. Sin disciplina. Así
que trataron de que escribieras todo de alguna forma más permanente.
Por supuesto, tus maestros de primaria se orinarían de la risa
si pudieran verte ahora. Porque te has convertido en el producto
exacto de sus lecciones organizativas. Porque ni siquiera puedes
orinar sin consultar antes una de tus listas.
Tenían razón. Las listas son el único camino fuera de este
desorden.
He aquí la verdad: la gente, incluso la gente regular, no es
nunca la misma persona con el mismo montón de atributos. No
es así de simple. Todos estamos a merced del sistema límbico,
nubarrones de electricidad cruzándose en el cerebro. Cada hombre
está descompuesto en fracciones de veinticuatro horas, y luego otra
vez en las mismas veinticuatro horas. Es una pantomima diaria, un
hombre cediendo el control al siguiente: la parte de atrás de un
escenario repleta de actores de segunda clamando por su regreso a las
tablas. Cada semana, cada día. El hombre iracundo le pasa la
estafeta al hombre huraño y después al adicto al sexo, al
introvertido, al conversador. Cada hombre es una pandilla de idiotas
en cadena.
Ésta es la tragedia de la vida. Porque por
unos cuantos minutos, cada día, cada hombre se vuelve un genio.
Momentos de claridad, de contemplación interior, como sea que
quieras llamarlos. Las nubes se apartan, los planetas se alinean con
extremo orden y todo se vuelve obvio. Debería dejar de fumar, quizá,
o así es como podría hacer dinero rápido, o tal y tal son las
claves para la felicidad eterna. Esa es la miserable verdad. Por unos
pocos instantes los secretos del universo se abren ante nosotros. La
vida es un truco barato.
Pero el genio, el sabio, tiene que entregarle el control al
siguiente tipo en fila, casi siempre el tipo que solo quiere comer
papas fritas y la contemplación interior y la brillantez y la
salvación son ahora puestas en manos de un imbécil, de un hedonista
o de un narcoléptico.
El
único camino para salir de ese alboroto es, por supuesto, tomar
medidas para asegurarte de controlar a los idiotas en que te
conviertes. Para tomar toda la cadena y guiarla. La mejor manera de
hacer esto es con una lista.
Es como una carta que te escribes a tí mismo. Un plan maestro
trazado por el tipo que puede ver la luz, hecha con pasos lo
suficientemente simples como para que el resto de idiotas puedan
entenderla. Sigue desde el paso uno hasta el cien. Repite si es
necesario.
Tu problema es un poco más grave, quizá, pero en esencia es lo
mismo.
Es como una cuestión de computadoras, como la habitación china.
¿Recuerdas eso? Un tipo se sienta en un pequeño cuarto, hay
cartas con letras escritas en un lenguaje que el tipo no entiende y
el las va poniendo en una secuencia según las instrucciones de
alguien más. Las cartas estás supuestas a decir un chiste en chino.
El tipo no habla chino, por supuesto. El solo sigue instrucciones.
Hay diferencias obvias en tu situación, claro está: tú te
escapaste del cuarto en el que te tenían, así que toda la empresa
debe ser portátil. Y el tipo que da las instrucciones –ese eres tú
también, una versión anterior de ti. Y el chiste que dices, bueno,
tiene un buen final. Solo que no creo que nadie vaya a encontrarlo
muy gracioso.
Así que esa es la idea. Todo lo que debes hacer es seguir tus
instrucciones. Como bajar o subir una escalera. Un paso a la vez.
Seguir la lista. Simple.
Y el secreto, por supuesto, para cualquier lista, es mantenerla
en un lugar donde estés condenado a verlo.
Puede escuchar el zumbido a través de sus párpados. Insistente.
Quiere alcanzar el reloj de alarma pero no puede mover su brazo.
Earl abre sus ojos y descubre a un hombre grande doblado sobre él.
El tipo lo miore, luce molesto, entonces reanuda su trabajo. Earl
mira alrededor. Demasiado oscuro para el consultorio de un doctor.
Entonces el dolor inunda su cerebro, bloqueando las otras preguntas.
Se retuerce de nuevo, tratando de jalar su antebrazo, el que siente
como si se estuviera quemando. El brazo no se mueve pero el hombre le
frunce el ceño. Earl se acomoda en la silla para ver por encima de
la cabeza del hombre.
El ruido y el dolor provienen de un arma en la mano del hombre –un
arma con una aguja donde debería estar el cañón. La aguja taladra
el área carnosa del antebrazo de Earl, dejando un rastro de letras
hinchadas a su paso.
Earl trata de acomodarse de nuevo para tener una mejor visión, para
leer las letras de su brazo, pero no puede. Se recuesta y mira el
techo.
Eventualmente el tatuador apaga el ruido, limpia el antebrazo de
Earl con un trozo de gaza y se va a la parte trasera para buscar un
panfleto que describe cómo lidiar con una posible infección. Quizá
más tarde le cuente a su esposa sobre este tipo y la nota que le
tatuó. Quizá su esposa lo convenza de llamar a la policía.
Earl se mira el brazo. Las letras se levantan sobre la piel, un poco
llorosas. Van desde la faja del reloj de Earl hasta la parte interior
de su codo. Earl parpadea al ver el mensaje y lo lee de nuevo. Dice,
en pequeñas y cuidadosas letras mayúsculas, YO VIOLÉ Y ASESINÉ A
TU ESPOSA.
Hoy
es tu cumpleaños, así que te conseguí un pequeño regalo. Te
hubiese podido invitar a una cerveza pero quién sabe cómo podría
terminar eso.
Así que mejor te conseguí una campana. Quizá haya tenido que
empeñar tu reloj para comprarla, pero para qué diablos querrías un
reloj de todas formas.
Probablemente te preguntes por qué una campana. En realidad,
creo que te preguntarás eso mismo cada vez que la encuentres en tu
bolsillo. Yo son muchas de estas cartas. Demasiadas para que puedas
revolverlas en busca de la respuesta a alguna pregunta tonta.
Es un chiste, de hecho. Pero míralo de esta forma: en realidad
no me estoy riendo tanto de tí como contigo.
Me
gustaría pensar que cada vez que la saques de tu bolsillo y te
preguntes por qué tienes esa campana una pequeña parte de ti, una
pequeña parte de tu cerebro atrofiado, recuerde y se ría, como yo
me rio ahora.
Ademas, sí sabes la respuesta. Fue algo que aprendiste antes.
Así que si piensas al respecto, sabrás.
En los viejos tiempos a la gente le obsesionaba el miedo de ser
enterrados con vida. ¿Ahora recuerdas? La ciencia médica no era lo
que es hoy, no era raro para la gente despertar de pronto en un
ataúd. Así que la gente de dinero hacían poner a sus ataúdes
tubos para respirar. Pero el tubo no era lo suficientemente
grande para que un grito pudiera salir, al menos no lo necesario para
captar la atención, entonces una cuerda corría por el tubo hasta
una pequeña campana instalada en la lápida. Si una persona
regresaba a la vida, todo lo que tenía que hacer era tocar su
campanita hasta que alguien llegara a desenterrarlo.
Estoy riendo ahora, imaginándote en un bus o quizá en un
restaurante de comida rápida, metiendo la mano en tu bolsillo y
encontrando tu pequeña campana y preguntándote a tí mismo de donde
salió, por qué la tienes. Quizá hasta la toques.
Feliz cumpleaños, amigo.
No sé a quién se le ocurrió la solución a nuestro problema
mutuo, así que no sé si felicitarte o felicitarme. Un pequeño
cambio en el estilo de vida, ciertamente, pero una solución
elegante, sin embargo.
Mírate
a tí mismo para encontrar la respuesta.
Eso suena como algo que podrías leer en una tarjeta de ocasión.
No sé cuándo lo pensaste, pero me quito el sombrero ante ti. No es
que tengas idea de qué diablos estoy hablando. Pero, honestamente,
una verdadera lluvia de ideas. Todo mundo necesita espejos para
recordarse a sí mismos quiénes son. Tu no eres la excepción.
La pequeña voz metálica hace una pausa, luego repite: “La hora es
8:00 a.m. Esta es una llamada de cortesía.” Earl abre sus ojos y
vuelve a colgar el auricular. El teléfono está puesto sobre una
moldura barata que se estira desde atrás de la cama, hace un curva
para encontrarse con una esquina y termina en un minibar. La TV sigue
encendida: borrones de carne parloteando entre sí. Earl se recuesta
y se sorprende de verse ahora más viejo, bronceado, con mechones de
cabello como destellos de sol. El espejo del techo está rajado, su
reflejo se opacaba en los dobleces. Earl continúa observándose,
asombrado por lo que ve. Está totalmente vestido, pero las ropas que
lleva son viejas, raídas en algunos lugares.
Earl siente el sitio familiar en su muñeca derecha donde
siempre lleva el reloj, pero no está. Pasa la mirada del espejo a su
brazo. Está desnudo y la piel ha cambiado a un bronceado parejo,
como si nunca hubiese tenido un reloj. La piel tiene un color parejo,
salvo por la sólida flecha negra en el interior de la muñeca de
Earl, apuntando a la manga de su camisa. Se queda viendo la fecha por
un momento. Quizá ya no trata de borrársela con la mano. Se sube la
manga.
La
flecha apunta a un oración tatuada en toda la parte interior del
brazo de Earl. Earl lee la oración una, quizá dos veces. Otra
flecha parte desde el incio de la oración, apuntando más arriba del
brazo de Earl y desaparece bajo la manga recogida. Se desabrocha la
camisa.
La flecha sube por el brazo de Earl, atraviesa su hombro y desciende
hasta la parte superior de su torso, terminando en la imagen del
rostro de un hombre que ocupa gran parte de su pecho. La foto es de
un hombre robusto, algo calvo, con una barba de candado. Es un rostro
particular, pero como en un boceto de la policía tiene algo de
irrealidad.
El resto de la parte superior de su torso está cubierta de
palabras, frases, trozos de información e instrucciones, todo
escrito al revés en Earl y derecho en el espejo.
Eventualmente Earl se siente, se abrocha la camisa y camina
hasta el escritorio. Saca un lapicero y un pedazo de papel de la
gaveta del escritorio, se siente y empieza a escribir.
No sé dónde vas a estar cuando leas esto. Ni siquiera estoy
seguro si te vas a tomar la molestia de leerlo. Supongo que no
necesitas hacerlo.
Es
una lástima, realmente, que tú y yo nunca nos vayamos a conocer.
Pero, como dice la canción, “para cuando leas esta nota yo ya no
estaré.”
Somos
tan cercanos ahora. Así se siente. Tantas piezas rearmadas,
descifradas. Supongo que es solo una cuestión de tiempo para que lo
encuentres.
Quién
sabe qué hemos hecho para llegar hasta aquí. Debe ser una historia
increíble, si tan solo pudieras recordar. Supongo que es mejor que
no puedas.
Se
me acaba de ocurrir algo. Quizá te sea útil.
Todo
mundo está esperando que llegue el final, ¿pero qué tal si el
final ya pasó? ¿Qué tal si el chiste final del Día del Juicio es
que ya llegó y pasó y ni siquiera nos dimos cuenta? El Apocalipsis
llega silencioso; los elegidos son pastoreados hasta el cielo y el
resto de nosotros, los que fallamos la prueba, solo seguimos,
obviamente. Ya muertos, vagando tiempo después de que los dioses
dejaron de seguirnos la pista, todavía optimista respecto al futuro.
Supongo
que si eso es correcto, entonces no importa lo que hagas. Si no
puedes encontrarlo, pues no importa, porque nada importa. Y si lo
encuentras, entonces puedes matarlo sin preocuparte por las
consecuencias. Porque no hay consecuencias.
En
eso estoy pensando ahora mismo, en cuarto de mala muerte. Cuadros
enmarcados de barcos en la pared. No sé, obviamente, pero si tuviera
que adivinar, diría que estamos en algún lugar cerca de la costa.
Si te estás preguntando por qué tu brazo izquierdo es cinco tonos
más oscuro que el derecho, no sé qué decirte. Supongo que hemos
estado conduciendo por bastante tiempo. Y no, no sé qué pasó con
tu reloj.
Todas
estas llaves: no tengo idea. No hay una que reconozca. Llaves de
carro y de casa y las pequeñas llaves para candados ¿Qué hemos
estado haciendo?
Me
pregunto si se sentirá estúpido cuando lo encuentres. Atrapado por
el hombre de diez minutos. Asesinado por un vegetal.
Yo
me habré ido en un momento. Pondré el lápiz, cerraré los ojos y
entonces puedes leer esto si quieres.
Solo
quería que supieras que estoy orgulloso de ti. No hay nadie más que
imprta que lo diga. Nadie más va a quererte.
Los ojos de Earl están bien abiertos y miran a través de la
ventana del carro. Ojos sonrientes. Sonriendo a la multitud que se
congrega del otro lado de la calle a través de la ventanilla. La
multitud que se congrega en torno del cadáver en la entrada de la
casa. El cadáver que se vaciaba lentamente sobre la acera y la
cuneta. Un hombre robusto, boca abajo, ojos abiertos. Algo calvo,
barba de candado. En la muerte, como en los bocetos policiales, los
rostros tienden a parecer el mismo.
Earl sigue sonriendo al cadáver mientras el carro se aleja de la
acera ¿El carro? Quién sabe. Quizá es una patrulla de policía.
Quizá es solo un taxi.
Mientras el carro es tragado por el tráfico, los ojos de Earl
continúan brillando en medio de la noche, viendo el cadáver hasta
que desaparece en una rueda de peatones preocupados. Ríe para sí
mismo mientras el carro continúa imponiendo distancia entre él y la
multitud que crece.
La sonrisa de Earl se borra un poco. Algo le ha ocurrido. Empieza a
palpar sus bolsillos; primero sin prisa, como un hombre que busca sus
llaves, luego un poco más desesperadamente. Quizá su intento se ve
impedido por un par de esposas. Empieza a vaciar el contenido de sus
bolsillos en el asiento de al lado. Algo de dinero. Un manojo de
llaves. Trozos de papel.
Una pieza de metal redonda rueda desde el bolsillo de Earl y se
desliza en el asiento de vinilo. Ahora Earl está desesperado. Golpea
la pieza de plástico que está entre él y el conductor, rogando por
un lapicero. Quizá el taxista no habla mucho español. Quizá el
policía no acostumbra hablar con sospechosos. De cualquier forma, la
pieza que separa al hombre de atrás del hombre de adelante permanece
cerrada. No habrá lapicero.
El carro paso por un bache y Earl parpadea a su reflejo en la
ventana trasera. Ahora está tranquilo. El conductor gira y la pieza
de metal se desliza de regreso junto a la pierna de Earl con un leve
tintineo. La agarra y la mira, ahora curioso. Es una campanita. Una
pequeña campana de metal. Grabados en ella están su nombre y
algunos datos. Reconoce el primero: el año en que nació. Pero el
segundo dato no significa nada para él. Nada de nada.
Mientras le da la vuelta a la campana en su mano nota el espacio
vacío en su muñeca donde solía estar su reloj. Ahí hay una
pequeña flecha que apunta hacia arriba de su brazo. Earl mira la
flecha y empieza a recogerse la manga.
“Vas a llegar tarde a tu propio funeral,” decía ella. ¿Te
acuerdas? Entra más pienso en ello, más trillado lo encuentro ¿Qué
clase de idiota, después de todo, está desesperado por llegar al
final de su propia historia?
¿Y cómo habría iba a saber si había llegado tardes de todos
modos? Ya no tengo un reloj. No sé qué hice con él.
¿Para qué diablos necesitas un reloj de todas formas? Peso muerto
jalando tu muñeca. Símbolo del viejo tú. El tú que
creía en el tiempo.
No. Corrige eso. No es tanto que hayas perdido la fe en el tiempo
como que el tiempo ha perdido la fe en ti ¿Y, de todos modos, quién
lo necesita? ¿Quién quiere ser uno de esos pendejos que viven en la
seguridad del futuro, en la seguridad del momento después del
momento en que sintieron algo poderoso? Viviendo el siguiente
momento, en el cual no sienten nada. Arrastrándose bajo las
manecillas del reloj, lejos de la gente que les hizo cosas
innombrables. Creyendo la mentira de que el tiempo curará todas las
heridas –lo cual es una manera delicada de decir que que el tiempo
nos entumece.
Pero tú eres diferente. Eres más perfecto. El tiempo es tres cosas
para la mayoría de las personas, pero para ti, para nosotros, solo
una. Una singularidad. Un momento. Este momento. Como que eres el
centro del reloj, el eje sobre el que giran las manecillas. El tiempo
se mueve alrededor tuyo pero nunca te mueve. Ha perdido su habilidad
para afectarte. ¿Cómo dicen? ¿El tiempo es un ladrón? No para tí.
Cierra los ojos y podrás empezar todo de nuevo. Conjura esa emoción
necesaria, fresca como rosas.
El tiempo es una ridiculez. Una abstracción. Lo único que importa
en este momento. Este momento momento un millón de veces más.
Tienes que confiar en mí. Si este momento se repite lo suficiente,
si sigues intentado –y debes seguir intentando– eventualmente te
toparás con el siguiente punto en tu lista.
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En 2005, Nolan y su hermano co-escribieron el guión para la película The Prestige, basado en un libro de Christopher Priest. Nolan co-escribió el guión de The Dark Knight junto con su hermano y la película acabaría siendo la película de Batman con mejor éxito financiero de todos los tiempos. Los hermanos también colaboraron escribiendo el guión de The Dark Knight Rises.
Jonathan Nolan es el co-autor del guión de Interstellar, la próxima película de Christopher Nolan, que se estrenará en 2014.
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