15/5/14

"No hay camino al paraíso" de Charles Bukowski



por Charles Bukowski
traducción de Luis Báez







Estaba sentado en un bar de Western Avenue. Rondaba la medianoche y me encontraba en mi estado de confusión habitual. Quiero decir, ya saben, nada va bien: las mujeres, los trabajos, los no-trabajos, el clima, los perros. Finalmente te sientas a esperar con una especie de aflicción, como si estuvieras en la parada de buses esperando a la muerte.

        Bueno, estaba sentado ahí y en eso que entra una con pelo largo y oscuro, buen cuerpo y tristes ojos café. Yo no la volví a ver. Incluso la ignoré cuando tomó el banco que estaba a mi lado habiendo una docena de asientos desocupados. De hecho, a parte del cantinero, éramos los únicos en el bar. Ella ordenó un vino seco. Luego me preguntó qué estaba tomando.

        “Escocés y agua.”

        “Dale un escocés con agua”, le dijo al cantinero.

         Bueno, eso fue inusual.

         Ella abrió su bolso, removió una pequeña jaula de alambres, sacó unas personitas y las sentó en la barra. Medían alrededor de tres pulgadas de altura y estaban vivos y correctamente vestidos. Eran cuatro, dos mujeres y dos hombres.

         “Ahora hacen de estos”, dijo, “son muy caros. Costaron alrededor de $2,000 cada uno para el tiempo en que los compré. Ahora andan por los $2,400. No estoy al tanto del proceso de manufactura, pero probablemente vaya contra la ley.”

         Las personitas caminaban por la barra. De repente uno de los hombrecitos abofeteó a una de las mujercitas.

        “Tú, perra”, dijo, “ya me tienes harto.”

        “No, George, no puedes”, lloraba ella, “¡Yo te amo! ¡Me suicidaría! ¡Tengo que tenerte!”

        “No me importa”, dijo el hombrecito. Sacó un diminuto cigarrillo y lo prendió. “Tengo derecho a vivir.”

        “Si no la quieres,” dijo el otro hombrecito, “Yo me la llevo. Yo la amo.”

        “Pero yo no te quiero, Marty. Yo estoy enamorada de George.”

        “¡Pero es un hijo de puta, Anna, un verdadero hijo de puta!”

        “Yo sé, pero igual lo amo.”

         Entonces el pequeño hijo de puta caminó hasta la otra mujercita y la besó.

         “Tengo un triángulo en curso,” dijo la mujer que me había invitado al trago. “Ellos son Marty y George y Anna y Ruthie. George se las sabe todas. Marty es algo cuadrado.”

         “¿No es triste presenciar todo eso? Eh, ¿cuál es tu nombre?”

        “Dawn. Es un nombre terrible. Pero eso es lo que las madres les hacen a sus hijos a veces.”

       “Yo soy Hank. ¿Pero no es triste..?”

        “No, no es triste presenciarlo. No he tenido mucha suerte con mis propios amores, de hecho he tenido una suerte terrible...”

        “Todos tenemos una suerte terrible.”

        “Supongo. En fin, compré esta gentecita y ahora los observo, y es como tener una relación sin tener ninguno de los problemas. Pero me excito terriblemente cuando empiezan a hacer el amor. Entonces es cuando el asunto se dificulta.”

        “¿Son sexy?”

        "Muy, muy sexy ¡Dios santo, cómo me excita!”

        “¿Por qué no los pones a hacerlo? Digo, ahora mismo. Y los vemos juntos.”

        “Oh, no puedes obligarlos a hacerlo. Tienen que hacerlo por su cuenta.”

        “¿Qué tan a menudo lo hacen?”
       “Oh, son bastante buenos. Lo hacen de cuatro a cinco veces por semana.”

        Caminaban por la barra. “Escucha,” dijo Marty, “dame una oportunidad. Solo dame una oportunidad, Anna.”

       “No,” dijo Anna, “mi amor pertenece a George. No puede ser de otra forma.”

        George estaba besando a Ruthie, sintiendo sus pechos. Ruthie empezaba a excitarse.

        “Ruthie está empezando a excitarse,” le dije a Dawn.

        “Sí. De verdad que sí.”

         Yo también me estaba excitando. Tomé a Dawn y la besé.

         “Escucha,” dijo, “no me gusta que hagan el amor en público. Los llevaré a casa para que lo hagan ahí.”

         “Pero entonces no voy a poder verlos.”

         “Bueno, tendrás que venir conmigo.”

         “Está bien,” dije, “vamos.”

         Me terminé mi trago y salimos juntos. Ella llevaba a la gentecita dentro de la pequeña jaula de alambres. Nos montamos a su carro y pusimos a las personitas en medio de nosotros, en el asiento delantero. Miré a Dawn. Era realmente joven y bella. También parecía tener algo en la cabeza ¿Cómo le pudo ir mal con los hombres? Había tantas formas en las que todo puede ir mal. Las cuatro personitas le costaron $8,000. Solo para escaparse de las relaciones sin escaparse de las relaciones.

         Su casa quedaba cerca de las colinas, un lugar muy agradable. Salimos y caminamos hasta la puerta. Yo sostuve a las personitas en la jaula mientras Dawn abría la puerta.

          “Escuché a Randy Newman la semana pasada en The Troubador ¿No te parece genial?” preguntó.

          “Sí, lo es.”

         Entramos a la sala. Dawn sacó a la gentecita y los puso sobre la mesa de café. Luego se fue a la cocina, abrió el refrigerador y sacó una botella de vino. Trajo dos copas.

         “Discúlpame,” dijo ella, “pero pareces algo loco ¿A qué te dedicas?”

         “Soy escritor.”

        “¿Vas a escribir acerca de esto?”

        “Nunca lo van a creer, pero lo escribiré.”

        “Mira,” dijo Dawn, “George le quitó los calzones a Ruthie. Le está metiendo el dedo ¿Hielo?”

        “Sí, se lo está metiendo. No, sin hielo. Así está bien.”

        “No sé,” dijo Dawn, “en serio me excita verlos. Tal vez es porque son tan pequeños. De verdad me calienta.”

       “Entiendo lo que dices.”

       “Mira, George se le está yendo hacia abajo.”

        “Sí, ¿verdad?”

        “¡Míralos!”

        “¡Dios mío!”

        Agarré a Dawn. Nos quedamos de pie, besándonos. Mientras lo hacíamos sus ojos oscilaban desde los míos hasta ellos y de regreso a los míos.

        El pequeño Marty y la pequeña Anna también estaban mirando.

        “Mira,” dijo Marty, “van a hacerlo. Nosotros también deberíamos hacerlo. Hasta la gente grande va a hacerlo ¡Míralos!”

        “¿Escuchaste?” le pregunté a Dawn. “Dijeron que nosotros lo vamos a hacer ¿Es cierto eso?”

        “Espero que sea cierto,” dijo Dawn.

        La tiré al sofá y le levanté el vestido hasta la cintura. Le besé el cuello. “Te amo,” le dije.

        “¿En serio? ¿En serio?”

        “Sí, de algún modo, sí...”

        “Está bien,” dijo la pequeña Anna al pequeño Marty, “nosotros deberíamos hacerlo también, aunque no te ame.”

         Se abrazaron a mitad de la mesa de café. Yo ya le había quitado los calzones a Dawn. Dawn gimió. La pequeña Ruthie gimió. Marty por fin se la metió a Anna. Estaba ocurriendo en todas partes. Tuve la idea de que todos en el mundo lo estaban haciendo. Luego me olvidé del resto del mundo. Nosotros, de alguna forma, caminamos hasta el cuarto. Luego me introduje en Dawn para el largo y lento viaje...

       Cuando salió del baño yo estaba leyendo un cuento sonso en Playboy.

      “Fue maravilloso,” dijo ella.

      “Un placer,” respondí.

      Regresó a la cama conmigo. Yo dejé la revista.

       “¿Crees que tengamos futuro juntos?” preguntó.

       “¿Qué quieres decir?”

      “Quiero decir ¿Creés que podamos tener un largo futuro juntos?”

      "No lo sé. Las cosas ocurren. El principio siempre es más fácil.”

      De pronto hubo un grito desde la sala. “Oh-oh,” dijo Dawn. Se levantó de un brinco y corrió fuera del cuarto. Yo la seguí. Cuando llegué tenía a George en sus manos.

      “¡Dios mío!”

      "Qué pasó?”

      “¡Anna le hizo esto!”

      “¿Le hizo qué?”

      “¡Le cortó las bolas! ¡George es un eunuco!”

      “¡Guau!”

     “¡Tráeme papel higiénico, rápido! ¡Se puede desangrar!”

     “¡Ese hijo de puta,” dijo Anna desde la mesa de café, “si yo no puedo tener a George, nadie más puede tenerlo!”

     “¡Ahora ustedes dos me pertenecen!” dijo Marty.

     “No, debes escoger entre las dos,” dijo Anna.

     “¿A cuál de nosotras vas a elegir?” preguntó Ruthie.

     “Las amo a ambas,” dijo Marty.

     “Dejó de sangrar,” dijo Dawn. “Está frío.” Entonces envolvió a George en un pañuelo y los puso sobre el cobertor.

     “Quiero decir,” me dijo Dawn, “si no crees que podemos lograr algo junto ya no quiero hacerlo más.”

     “Creo que te amo. Dawn.”

     “Mira”, dijo, “¡Marty está abrazando a Ruthie!”

    “¿Van a hacerlo?”

    “No lo sé. Lucen excitados.”

     Dawn recogió a Anna y la puso dentro de la jaula.

     “¡Déjame salir de aquí! ¡Los voy a matar a ambos! ¡Déjame salir!”

      George se quejó desde dentro del pañuelo que estaba sobre el cobertor. Marty le había bajado los calzones a Ruthie. Jalé a Dawn hacia mí. Era bella y joven y no tenía la cabeza hueca. Podría estar enamorado de nuevo. Era posible. Nos besamos. Caía dentro de sus ojos. Luego me levanté y empecé a correr. Sabía donde estaba. Una cucaracha y un águila hicieron el amor. El tiempo era un tonto con un banjo. Seguí corriendo. Su cabello largo caía sobre mi cara.

      “¡Los voy a matar a todos!” gritaba la pequeña Anna agitándose en su jaula a las 3 de la mañana.

**    **    **

Charles Bukowski

(Andernach, 1920 - San Pedro, California, 1994) Escritor estadounidense. En la línea del anticonformismo californiano de la generación beat y utilizando un lenguaje agresivo y una temática marginal, a menudo obscena o violenta, elaboró una obra singular, entre cuyos títulos destacan El cartero (1971), Escritos de un viejo indecente (1969), Ordinaria locura (1976) y Música de cañerías (1983).

Hijo de un oficial norteamericano y de una alemana, su familia se trasladó a Estados Unidos cuando tenía tres años. El joven Bukowski creció en un barrio pobre, y durante la gran depresión económica iniciada en 1929 hubo de soportar la miseria y los castigos de su padre. Estudió periodismo mientras trabajaba en varios oficios, desde lavaplatos hasta aparcacoches, pero no llegó a graduarse y llevó una vida dispersa, entregada al alcohol y a un vagabundeo sin rumbo. De aquella época son sus primeros poemas y también algunos cuentos, que publicaría a partir de 1940.
En 1956 comenzó a trabajar en el servicio de correos, lugar que le serviría de inspiración para su primera novela, El cartero (1971), que protagoniza por primera vez Henry Chinasky, un alter ego destinado a reaparecer en todos sus trabajos posteriores, excepto en la novela Pulp, publicada póstumamente en 1994. A los cincuenta años abandonó el empleo en correos para "sobrevivir con el oficio de escritor".
En sus obras retrató toda una galería personajes estrafalarios y marginales: prostitutas, alcohólicos, vagos, buscavidas, jugadores arruinados y bravucones que circulan como sonámbulos o pícaros por una ciudad que los rechaza. Varios títulos de sus obras hablan por sí solos de sus líneas argumentales: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1972) o Escritos de un viejo indecente (1969).
Estos temas también serían también los de sus libros de poesía, escrita en un verso rudo, escasamente lírico, de mensaje claro y áspero, pese a que en ocasiones afloran en sus poemas los sentimientos y hasta un estado de felicidad. Sus relatos breves, como sus poemarios, están escritos en un lenguaje directo, funcional, que cuenta ágilmente una historia con un final por lo general subido de tono y con una atmósfera una veces sórdida y otras atravesada por la comicidad y el habla coloquial más descarnada.
De sus recopilaciones de relatos destaca Música de cañerías (1983); las treinta y cuatro narraciones de que consta el volumen ofrecen al lector un sórdido recorrido por la vida nocturna de Los Ángeles. Personajes marcados por todo tipo de fracasos se cruzan durante unos minutos en una habitación, un bar o una esquina para compartir soledad y alcohol. El tono general es de un humor grotesco, y el estilo narrativo resulta siempre muy económico, espontáneo y directo. Muchos de los personajes esbozados son artistas y escritores de escaso éxito hasta el momento, entre los que destaca de nuevo su alter ego, Henry Chinaski, cínico intelectual y amante incansable que protagoniza varias de las narraciones.


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